SIMÓN BOLÍVAR Y EL PAPA
Luego de sepultar a su esposa María Teresa de Toros en
América, Bolívar viajó por segunda vez a Europa. Visitó entonces museos,
bibliotecas y personalidades ilustres de París. Investigó y compartió con celebridades
del mundo literario. Indagó más sobre los escritos de Fray Bartolomé de las
Casas, Plutarco, Montesquieu, Voltaire, Rousseau; pero sobre todo, los
interesantes relatos de Maquiavelo sobre la maldición de los Borgia: Cesar,
Lucrecia, y la perversidad de los dos supremos representantes de la curia
pontificia: Alfonso Borgia y Rodrigo Borgia, llamados Papa Calixto III y Papa
Alejandro VI. Toda esa información estaba contenida en libros por entonces prohibidos,
pero que circulaban en Francia, gracias al período de ilustración alentado por
Napoleón Bonaparte, que no sólo encendió la luz del conocimiento, sino que
favoreció el surgimiento de movimientos independentistas en América, cuando
expandió su política antimonárquica en Europa.
La lectura y la crítica observación de la realidad habían
madurado en Bolívar una personalidad revolucionaria en contra del imperialismo
monárquico; un sentimiento de justicia por vengar el genocidio cometido contra
sus hermanos; y una actitud crítica al adoctrinamiento católico impuesto desde
el Vaticano.
Fue inevitable la sitita del joven Bolívar a Roma. Allí, el
embajador español lo acompañó al vaticano para presentarlo al Papa Pio VII: el
gran inquisidor con sus Tribunales que castigaba las ideas modernistas; el
protector de los jesuitas que esclavizaron al Nuevo Mundo a través de la
Compañía de Jesús; el rector de la educación sesgada que se impartía en
América; el gran instigador que excomulgaba las ideas revolucionarias; pero
además, el sumiso Pontífice que sucumbió ante la arrogancia de Napoleón, cuando
en la Catedral francesa de Notre Dame, el 18 de mayo de 1804, el Gran Corso le
arrancó la corona de su mano pontificia, y en un claro gesto de prepotencia
hacia el Papa, la iglesia y todo lo que representa el Vaticano y el
catolicismo, Bonaparte se coronó frente a la multitud congregada.
Portador de una innata curiosidad y capacidad reflexiva Bolívar
queda perplejo ante la fastuosa arquitectura que se le presentaba ante sus
ojos: Un conjunto arquitectónico encerrado en una gran muralla custodiada por
un ejército pontificio de vestimenta multicolor. El Vaticano era lo más
moderno, lo más fabuloso, lo más atesorado en arte y riquezas de Europa. Nada
podía competir en grandiosidad y riquezas. El Vaticano era entonces y es aún el corazón económico y religioso del
catolicismo y era además el Centro Financiero del Comercio del Nuevo Mundo, a
través de la Compañía de Jesús creada por Ignacio de Loyola en 1534.
Luego de una larga espera, la comitiva es recibida por el
Papa Pio VII. De lo ocurrido en ese recinto pontificio se han escrito varias
versiones. Una de ellas, la del Padre Pedro Leturia, dice así:
“El Embajador, cuya Carrera Diplomática estaba comenzando,
recibió de los Palacios, amigos de él en Madrid y parientes de Bolívar, una
recomendación para que este joven, viudo, huérfano y tan golpeado por la vida,
tuviera la oportunidad de ver al Santo Padre y recibir su bendición. El
Embajador lo llevó a la Audiencia con el Romano Pontífice y según el protocolo,
cuando el Santo Padre recibe a alguien en su Biblioteca como en esta
oportunidad, se hace una reverencia al entrar, otra a mitad del salón, y otra
junto al Santo Padre; en adelante el Papa es quien dispone de la entrevista;
invita a sentarse, permanecer de pie, a pasear, etc… Lo cierto es que el
Embajador Vargas Laguna, al llegar junto al Santo Padre, se arrodilló, le besó
la sandalia y quiso que el joven que le acompañaba hiciera lo mismo, pero él se
resistió; entonces Vargas agarró a Bolívar por el cuello y quiso obligarlo, el
Papa se dio cuenta y regañó en italiano a Vargas Laguna, diciéndole: deje al
joven americano en paz. La audiencia continuó sin mayor inconveniente y, al
salir el Embajador, le preguntó al joven Bolívar: ¿Cómo es posible que usted me
dejara en ridículo ante el Santo Padre? Bolívar le contestó: Señor Embajador,
yo me ceñí al protocolo y yo no le adulo a nadie, así sea el mismo Pontífice…
Muy poco debe estimar el Papa… replicó Bolívar… el signo de la religión
cristiana, cuando lo lleva en sus sandalias, mientras los más orgullosos
soberanos de la cristiandad lo colocan sobre sus coronas”
Francisco O´Leary, edecán del Libertador, también contó
aquel episodio que por instante conmovió a la Curia Pontificia: “Simón Bolívar
se negó arrodillarse ante el Papa y besar sus pies, como hacían todos los
visitantes ante el Sumo Pontífice, hecho que molestó al séquito religioso
acostumbrado a la reverencia católica”.
Este suceso inesperado para la Corte de cardenales, fue más
tarde referido por el propio Papa Pio VII, cuando empezó a preocuparse por la
suerte de su iglesia en las nacientes repúblicas americanas: “¡Simón Bolívar,
Libertador…! ah ya recuerdo… ese fue el joven que se negó a besar la cruz de la
sandalia papal, pretextando que correspondía a la cruz lugar más elevado”
Lo esencial de este pasaje histórico no tiene que ver con la
irreverencia de la fe católica, como algunos quisieran entender, sino con ese
cuestionamiento constante que hace la humanidad a esas jerarquías insensibles
que se instalan en la abundancia y que no se sienten comprometidas con el
destino de aquellos que están abajo.
Se dice que quien verdaderamente derribó el muro de Berlín
fue el Papa Juan Pablo II, y que para ello no necesitó disparar ni un solo tiro
pero sí abrir las bóvedas del Banco de Dios para inyectar generosos recursos en
los países socialistas que luego entregaron sus riquezas al capital
transnacional. Colonialismo de distinto matiz, cierto, pero colonialismo al fin
y los pobres siguen esperando la gracia.
¿Cómo sería hoy un encuentro de Bolívar con el Papa
Francisco?