En Francia, en los siglos XI al XIV, los poderosos señores se sometían al fallo de las “Cortes de Amor”, el equivalente de lo que nosotros llamaríamos ahora los “juzgados de amor” y que son inexistentes en nuestra organización judicial que resuelve litigios civiles, penales, comerciales, de familia, etc., pero no de amor.
En estos tribunales femeninos, que en determinados días del año se reunían con un gran ceremonial, figuraban las damas de mayor alcurnia, talento y belleza; a fin de deliberar gravemente acerca de las cuestiones más delicadas de la galantería, que en dicha época poseían gran importancia.
Las “Cortes de Amor” han sido recogidas por la historia (César Cantú las menciona en su obra de historia) y según ésta fueron una institución muy conveniente al principio, para introducir unas costumbres leales y corteses; castigando a quienes de ellas se apartaban con la terrible pena de opinión; aunque más adelante las tales Cortes de Amor degeneraron en una mezcla estúpida de pedantería, frivolidad e irreligión.
Los estudiosos de este curioso tribunal dicen que las damas más bellas, ayudadas por caballeros, celebraban aquellos tribunales a imitación, o como parodia, de los tribunales de justicia; unos permanentes, otros temporales. Las damas de varias provincias de Francia tenían una “Corte” permanente, otras “Cortes” solo duraban en los festejos, y especialmente cuando algún suceso de galantería o infidelidad exigía una decisión rápida. De sus fallos era posible una apelación, que se verificaba a petición del “procurador del amor” o de las partes interesadas.
Para esos juicios había un código, entre cuyos 31 artículos se hallaban, como primordiales, los siguientes:
· El matrimonio no excusa amar.
· El que no sabe ocultar no sabe amar.
· Nadie puede alimentar dos afectos a la vez.
· El amor siempre crece o disminuye.
· Son insípidos los placeres que un amante arrebata a otro sin consentimiento de éste.
· El amor no suele habitar en casa del avaro.
· La facilidad de gozar reduce su precio; la dificultad lo aumenta.
· El verdadero amante es tímido.
· Nada impide que un hombre sea amado por dos mujeres, o una mujer por dos hombres.
A la deliberación de las “Cortes de Amor” se sometían asuntos extravagantes que versaban acerca de la moral, la cortesía caballeresca y las querellas amorosas, como las siguientes:
Un caballero imploraba el amor de una dama sin lograr vencer su rechazo. Le envió unos regalos que la dama admitió, sin que, pese a ello disminuyesen sus rigores para con el desdichado enamorado. Este se quejo por haber sido burlado en sus esperanzas, al aceptar la dama los obsequios.
La reina Leonor, esposa de Luis VII dio su juicio:
“Conviene que una mujer rehúse los regalos que le sean ofrecidos con fines amorosos o lo que corresponda a ellos, o que se resigne a ser colocada en el número de las más abyectas cortesanas.”
Un amante ya ligado por un decoroso afecto, requirió de amores a una dama, como si antes no hubiese prometido su fe a otra, y fue escuchado. Mas cansado de su felicidad, volvió a su primera amante, la que promovió una querella por parte de la segunda. ¿Cómo debía ser castigado el tornadizo amante?
El Juicio de la condesa de Flandes fue como sigue:
“Ser privado de los favores de ambas damas, y ninguna que sea honrada le concederá su amor.”
Un día, un caballero citó a una dama a juicio por haberle herido con un beso. La “Corte” condenó a la bella a limpiar todos los días la herida con sus labios.
Otro caballero se enamoró de una dama que, estando comprometida con otro, le ofreció otorgarle sus favores si perdía el amor de su rival. Poco después, la dama se casó con éste, y el caballero la requirió de amores, más ella se negó a corresponderle, alegando que no había perdido el amor a su primer amante.
Sometido el caso a la reina Leonor de Poitou, ésta condenó a la dama a otorgar el afecto prometido al caballero.
Finalmente, la galantería llevada a tales extremos, se convirtió en simpleza, libertinaje y escándalo.
Incluso se llegó a ver que un sacerdote otorgó dispensa al pié del altar para amar a una casada, o sea para cometer adulterio. Y otro encendió cirios en los santuarios a fin de lograr vencer el desvío de una hermosa.
Cuando la condesa Champagne fue preguntada si puede existir el amor verdadero entre casados respondió:
-Por el tenor de los presentes, sostenemos que el amor no puede extender sus derechos entre marido y mujer; los amantes se lo conceden todo recíproca y libremente, sin ninguna obligación de necesidad, mientras que los cónyuges tienen que someterse por obligación a todas las voluntades el uno al otro.
Pese a todo esto, entre tanta frivolidad y simpleza, las “Cortes de Amor” dejaron traslucir en sus sentencias una protesta contra el matrimonio puramente somático, teniendo en ellas comienzo el verdadero amor espiritual.
No hay duda que los pleitos del amor son invariables en el tiempo. A este respecto y socarronamente el escritor francés Hipólito Taine, nos recuerda que las parejas: "Estúdianse mutuamente durante tres semanas, ámanse durante tres meses, disputan durante tres años, sopórtanse durante treinta años. -y los hijos vuelven a empezar-".
Nos felicitamos que estas “Cortes de Amor” no hayan perdurado hasta el presente, pues si tuviéramos que acudir ante estas instancias con nuestras demandas amorosas, de seguro que el panorama de la justicia boliviana sería aún peor, pues como se deduce de un anónimo encontrado en una mesa de biblioteca de una Facultad de Derecho para emprender un pleito es necesario:
· Caja de banquero,
· Piernas de ciervo,
· Paciencia de ermitaño,
· Tener la razón,
· Saberla exponer,
· Encontrar quien la entienda,
· Y quien la quiera dar,
· Y deudor que quiera pagar.
Demasiado complicado para entablar un pleito amoroso.