Desde siempre los personajes famosos han despertado el interés por quienes se les parecían físicamente, y la historia tiene muchos relatos de sustituciones extraordinarias, algunas de ellas, que cambiaron el curso de importantes acontecimientos.
Tal parece, sin embargo, que no solo los personajes famosos tienen derecho a contar con un “doble”, como se ha dado en llamar en la jerga cinematográfica; sino que cada uno de nosotros lo tiene en alguna parte. La superstición popular afirma que si una persona se encuentra con su doble perfecto, uno de ambos muere.
En esta oportunidad, sin dar por enteramente cierta, relataremos como –no un doble- un chofer que físicamente no guardaba parecido con el personaje famoso, es protagonista de una deliciosa anécdota:
Albert Einstein (Ulm, Alemania, 1879 - Princeton, EE.UU., 1955) a pesar de que comenzó a hablar recién a la edad de tres años, cuando alcanzó poco más de veinte años, y ya había logrado ser conocido por su teoría de la relatividad, era, con frecuencia, requerido por diversas universidades para dictar conferencias.
Quienes se han ocupado de su biografía afirman que no le agradaba conducir automóviles, a pesar de que los vehículos siempre le resultaron muy cómodos para desplazarse. En ese sentido se vio obligado, entonces, a contratar a una persona para que le oficiara de chofer.
Después de varias oportunidades en que viajaron juntos, Einstein le comentó un día al chofer lo monótono que le resultaba repetir lo mismo una y otra vez en cada disertación.
"Si quiere, -le dijo el chofer- lo puedo sustituir a usted por una noche. He oído sus conceptos tantas veces que los podría recitar palabra por palabra...."
Einstein aceptó el desafío y antes de arribar al siguiente lugar, intercambiaron sus vestimentas y el científico se sentó al volante del vehículo.
Llegaron al lugar previsto, donde se celebraría la conferencia y como ninguno de los académicos presentes conocía a Einstein, nadie se percató del engaño: El chofer expuso la misma conferencia que había escuchado en tantas ocasiones a "su maestro".
Al final de la exposición, un destacado profesor de la audiencia le hizo una pregunta. El chofer no tenía ni idea de la respuesta, sin embargo en un golpe de inspiración le contestó: "Me extraña, profesor, la pregunta que usted me hace. Es tan sencilla que dejaré que mi chofer, que se encuentra sentado al fondo de la sala, se la responda".
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