No son muchos quienes recuerdan que el Maestro de América, Simón Rodríguez, a quien llamaran el Libertador del Libertador Simón Bolívar, estuvo en Chuquisaca al fundarse la República, ciudad de la que fue expulsado por sus ideas revolucionarias para forjar el andamio de la libertad en la inteligencia del alumnado boliviano.
En efecto, el sabio Rodríguez fue el literal primer ministro de Educación de Bolivia. Aunque su condición de venezolano le prohibía ser el titular de esa cartera, influyó en el ministro oficial, Serrano, para que las escuelas republicanas adoptasen los preceptos anticoloniales de, por ejemplo, Andrés Bello, Juan Jacobo Rousseau o los enciclopedistas franceses. Tan osadas propuestas didácticas y teorías para prácticas de campo fueron tildadas de escandalosas y diabólicas por la sociedad de la ciudad capital todavía colonial.
Se hizo, pues, intolerable que el maestro Rodríguez propugne que niñas y niños se sienten en el mismo pupitre, que alumnos indios y blancos jueguen juntos en los recreos y resultó mandato del mismo demonio (igualador de razas) que chicas y chicos hagan gimnasia con pantalones cortos en el mismo patio. “Corruptor de almas y de inocencias”, le dijeron.
Tanto ofendieron los postulados pedagógicos de Rodríguez a los vecinos de la flamante capital que forzaron al presidente Antonio José de Sucre a solicitarle su renuncia y abandonar la ciudad en 1827.
Años después del fracaso de la escuela de Chuquisaca escribió que “ De haberse realizado su plan...los burros, los bueyes, las ovejas y las gallinas pertenecerían a sus dueños; de las gentes nuevas no se sacarían pongos para las cocinas, ni cholas para llevar alfombras detrás de las señoras, los caballeros de las ciudades no encargarían indiecitos a los curas...Habría personas ocupadas e instruidas en sus deberes sociales y morales: los campos estarían cultivados...el Alto Perú (hoy Bolivia) sería un ejemplo para el resto de América Meridional”.
Uno se pregunta qué hubiera ocurrido de quedarse Simón Rodríguez en Sucre, y no puede menos que imaginar un panorama muy distinto del que social y culturalmente nos rodea hoy. Pero como nunca es tarde, el regreso del Maestro de América es posible aún, reponiendo en nuestras universidades y escuelas su ideario. Hagamos posible que nuestra educación sea permeable a la renovación y la actitud progresista, que mucha falta nos hace. Sacudámonos de tanto pergamino y tradición que hace mucho, pero mucho tiempo, ya no adornan nuestros verdaderos merecimientos.
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