Mañazo es el rescatista de ganado que ocupa el primer nivel de intermediación del canal de comercialización de ganado en pie. Nos referimos a un individuo conocido y conocedor de la zona que trabaja en contacto directo con los campesinos y criadores y que realiza compras para sí mismo o por cuenta de terceros (recriadores o engordadores) para recría, engorde o comercialización al detalle. Este especial personaje, que va reduciendo su número -al grado de ser inminente su desaparición-, está dotado de singulares características.
El lidiar con ganado los hace diestros para enfrentar los riesgos de las cornadas y para obligarlo a seguir sus órdenes. Así, por ejemplo, para poner en pie a un toro echado y perezoso decriben que basta saber torcerle la cola.
El mañazo calcula el valor del ganado apelando a verdaderas “mañas” pues estima –por ejemplo- el peso del ganado “al ojo” con rendimiento del peso vivo del animal: 50% para los machos y 46% para las hembras, multiplicado por el precio del kilo gancho de referencia de la zona. Por lo general, cuenta con capital propio, y en determinado momento, el ganado es de su propiedad. Como toda actividad, la del mañazo, encierra sus riesgos pues no pocos de ellos fueron asaltados y asesinados por lo que varias manifestaciones públicas en Sucre, infructuosamente, demandaron el esclarecimiento de estos crímenes y la aplicación sanciones ejemplificadoras.
El último mañazo que conocí se quejaba porque esta actividad ya no era la misma: “antes comprábamos ganado de 250 kilos pagando por doscientos. Ahora los campesinos se han vuelto vivos y son ellos los que nos engañan”, alegaba y luego nos refería que las trampas se han vuelto contra ellos, pues los vendedores les dan bastante sal y líquido a sus animales antes de venderlos. “Nosotros para saber su peso real baquetéamos al animal (le provocan evacuaciones con una varilla), pero ni aún con eso ganamos, pues también están usando fármacos que hacen que el ganado no pierda líquido por más de 24 horas, y cuando llegamos a destino descontamos casi dos cabezas por camión”. Este representante de un gremio que se resiste a la extinción, terminó sus lamentaciones protestando contra los nuevos controles sanitarios y los vendedores finales que eligen ahora entre varios proveedores que disputan con precios cada vez más bajos, los cuales –dijo- les pagan el pecio en largas cuotas.
Si de lamentaciones se trata, el consumidor lleva la delantera: balanzas descalibradas, mala calidad del producto, condiciones poco higiénicas, controles sanitarios que no terminan de funcionar y las condiciones de producción y comercialización que ocultan graves riesgos para la salud y el medio ambiente amenazan adelantar su final al de los mañazos.
Algo ha cambiado para bien la comercialización de la carne, pues se están imponiendo mayores y mejores controles para beneficio de la sociedad, es cierto, pero el timo introducido en las personas por los engañabobos persiste. Quizás la lección que nos dejen los mañazos sea la necesidad de abandonar la dieta cárnica por los riesgos que entraña y estar siempre prevenidos como consumidores.
Finalmente es también aleccionador ver cómo una actitud deshonesta se multiplica y enraíza en la sociedad, para asumir formas mucho más complejas y dañinas. Maña y figura hasta la sepultura –dice el refrán-, los mañazos se van pero sus mañas quedan.
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