Varias manifestaciones de diversos grupos sociales han planteado demandas y protestas legítimas (campesinos, trabajadores fabriles, comerciantes, ciudadanos en general) ante el gobierno, que de manera grosera han sido calificadas como actitudes “políticas” –como si el hombre no fuera un ser eminentemente político- y encaradas como si se tratara de enfrentar a delincuentes (A propósito: el tema de la inseguridad ciudadana no ha sido enfrentado con tal despliegue de medios y diligencia por lo que sigue siendo una asignatura pendiente para el gobierno).
Son ya muchos los bolivianos y bolivianos que van a parar con sus huesos a las celdas por ejercer derechos aparemente garantizados en la misma Constitución: a la protesta, a la libre expresión, a la petición colectiva, etc. Uno de los últimos ejemplos -y de los más groseros- son los trabajadores fabriles de base de La Paz, que exigían ser incorporados en el tratamiento de la legislación social y que fueron detenidos como vulgares delincuentes.
Se trata de violencia estructural, de reprimir, agredir, silenciar e impedir toda manifestación pacífica contestaría del gobierno. Protestar es un derecho, reprimir es un delito, pero además es una obligación que el gobierno garantice el ejercicio del derecho a la protesta y lo contrario limita la perspectiva de la existencia del propio gobierno. La historia ya ha demostrado hasta el cansancio que los gobiernos no construyen solidez y permanencia sobre las armas o la manipulación del garrote de sus, policías, fiscales o jueces.
Al fin de cuentes cada una de estas manifestaciones de la ciudadanía constituyen una lucha por una nueva cultura de seguridad ciudadana, sin prejuicios, sin represión y sin violación a los derechos humanos, razón por la cual las apoyamos y los seguiremos haciendo por principio.
Si en el pasado Barrientos, Bánzer, Luis Arce Gómez y oros tantos, dispusieron una salvaje ilegalidad para los opositores; en el presente la cosa no es muy distinta. Ante la eventualidad de que también se encasille nuestra palabra como expresión política de la derecha, parafraseando a Villarroel diríamos: “No somos amigos de la derecha, pero somos más amigos de los DERECHOS HUMANOS”
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