miércoles, 29 de septiembre de 2010

Benjamín Franklin y el suicidio masivo de los algodoneros de la India


“Pratibha, cásate de nuevo, por favor. Te voy a dejar sola». Estas palabras estaban escritas en la carta de despedida para su mujer encontrada en los bolsillos de Rameshwar Kuchankar, un campesino de 27 años que no pudo resistir las deudas y se suicidó en la región de Vidarbha, en el centro de la India. Rameshwar se bebió una bolsa de pesticidas, igual que lo hicieron otros 6.200 granjeros afectados por el mal del algodón, una ecuación que siempre se cumple: el precio de producción sube, pero el precio de venta cae.
En Vidarbha los campesinos honran a los suicidas con guirnaldas de flores anaranjadas -color santo de los hindúes- y los envuelven en sábanas blancas hechas con el mismo algodón que les mata. La tradición dice que las mujeres deben llorar a distancia, mientras los hombres contemplan cómo el muerto arde.
Si bien esta historia data del año 1997, la muerte de los campesinos indios sigue violentando porque estos dramas persisten aún hoy en los países de economía atrasada. La combinación de malas políticas agrarias, incapacidad gubernamental y globalización expresada en felonía comercial; siguen arrastrando –de diversas maneras- a la muerte a los más vulnerables. Las subvenciones millonarias que los Gobiernos ricos entregan a sus productores agropecuarios les permiten ir a los mercados internacionales con precios irrisorios. Vendan o no, ellos siempre tendrán asegurado el dinero público que garantiza a los políticos sus votos. Mientras sus políticos hablan de libre comercio y ayuda a los pobres, EEUU entrega miles de millones de dólares a sus algodoneros. Un informe del Banco Mundial asegura que si esas subvenciones fueran cortadas, el precio del algodón subiría y los campesinos pobres como Rameshwar podrían sacar lo suficiente para sobrevivir. Tal vez sea por esto que se afirma que “la escuela del libre comercio es la escuela de las trampas”.
«Ibamos juntos al campo», contaba tristemente la campesina Babytai, de 45 años. Su marido, acosado por las deudas, se mató el mes de septiembre de 1997. Ella fue a por agua, como cada día, para mantener el cultivo de algodón. Y al volver, su marido se había bebido la caja de pesticidas. «La caja estaba vacía a su lado; él estaba sentado, con ganas de vomitar, y su boca olía a veneno».
Chattersingh Vaidya tenía deudas por un valor de 50.000 rupias indias (unos 1000 dólares), por un crédito que le había pedido a su vecino, uno de los prestamistas que aún hoy hacen un festín con las deudas de los campesinos, a quienes cobran intereses abusivos. Vaidya no podía hacer frente al crédito y además tenía que pagar la dote de su hija, una muchacha de 18 años que, según la madre, ya está entrada en edad para casarse. Así que Chattersingh se bebió los pesticidas.
Benjamin Franklin sostenía que “Ninguna nación fue arruinada jamás por el comercio”, quien sabe si hubiera cambiado esta postura al saber que existen variadas formas de hacer comercio, entre las que se cuentan –por ejemplo- el “dumping rapaz”, o el comercio subvencionado, responsables –directos e indirectos- de la muerte de millones de seres humanos.

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