viernes, 3 de diciembre de 2010

El maderero que era tan pobre que sólo tenía dinero


Schopenhauer, el filósofo alemán, decía que todos somos madereros. El maderero pasa por el bosque más bello y variado, y no piensa más que en para qué le podría servir cada árbol. ¿Cuántos tablones rectos saldrían de aquel pino? ¿Qué mueble es el que encajaría mejor en ese roble? Cada árbol es un mueble, y cada espesura es un patrimonio.
El maderero piensa en cifras y sueña con presupuestos, importes y costos. Y mientras tanto se olvida de la brisa fresca que roza sus mejillas,  ignora a la mariposa que vuela grácil  y divertida. No fija su mirada en la ardilla que rauda trepa a los altos en busca de los mejores frutos. Simplemente, no goza con el bosque. Sólo ve materia viva que le dará grandes utilidades.  Ni siquiera se fija en que cada planta arbórea es el hogar de otros muchos seres vivos: pájaros, gusanos, culebras, insectos de toda clase y condición. La rentabilidad de las cosas  no le permite observar la hermosura que esconde el lugar.
Somos los madereros del siglo XXI. Deseamos y esperamos beneficio material y directo de todo lo que hacemos, que consumimos la vida y no la sabemos disfrutar como ella se merece. Y, quizás,  por ello nos perdamos lo mejor: el árbol objeto no nos deja ver la totalidad del bosque. Y, entonces, dejamos de verlo todo sinóptica y ampliamente.  Y lo peor sobreviene cuando trasladamos estos planteamientos a las relaciones personales: los amigos, los vecinos, los alumnos, los compañeros de trabajo, la familia, etcétera. Hay que proyectar fines, medir resultados, enfocar metas, ¡Ser competitivos!
¿Qué quiero obtener yo con esto? ¿A dónde me llevará esta empresa? Mente negociadora que de todo quiere sacar provecho. Y se olvida que el mejor provecho es no esperar ninguno y disfrutar del bosque en su belleza agreste sin cálculos. La vida es un bosque, y el bosque está ahí para mucho más que sólo sacar madera.
Disfruto más con un libro cuando lo leo por leerlo, no por citarlo; disfruto un viaje cuando lo hago por hacerlo, no por llegar a ninguna parte; disfruto una conversación cuando hablo y escucho por hablar y escuchar, no por cumplir o agradar o aprender. Disfruto de la música cuando la oigo por oír; disfruto  más de mis alumnos en una clase cuando explico y los escucho  simplemente por explicar y escuchar, y  no por sentirme autocomplacido de ser escuchado y atendido. Disfruto de la vida cuando la vivo por vivir.
Estamos en una sociedad tan materialista  y utilitarista que se nos hace imposible dejar de soñar con el éxito en clave exclusivamente material. Pretendemos que la felicidad tiene un precio y está a la venta. He aquí la falsa esencia y virtud del ser humano de hoy.
Recogiendo lo dicho por Shopenhauer, entendamos que vivir la vida es como pasear por  frondosos bosques que esconden hermosas sorpresas. Si sólo nos mueve: el afán capitalista  y recaudatorio como brújula, los beneficios económicos de los pasos que damos, los negocios mentales que llenan nuestra mente, el tesón por sacar provecho de todo lo que hacemos…, quizá se nos olvide que también existimos para disfrutar, gozar, deleitarnos con el bosque, y que quizás el mejor provecho sea existir no viviendo agobiado por esperas infructuosas, o que si terminan nos defraudan porque no vienen cargadas de esa felicidad consumista.
Si no disfrutamos del bosque tal vez un día digan de nosotros: “Ese maderero era tan pobre que sólo tenía dinero”



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