miércoles, 24 de julio de 2013

SIMÓN BOLÍVAR Y EL PAPA
Luego de sepultar a su esposa María Teresa de Toros en América, Bolívar viajó por segunda vez a Europa. Visitó entonces museos, bibliotecas y personalidades ilustres de París. Investigó y compartió con celebridades del mundo literario. Indagó más sobre los escritos de Fray Bartolomé de las Casas, Plutarco, Montesquieu, Voltaire, Rousseau; pero sobre todo, los interesantes relatos de Maquiavelo sobre la maldición de los Borgia: Cesar, Lucrecia, y la perversidad de los dos supremos representantes de la curia pontificia: Alfonso Borgia y Rodrigo Borgia, llamados Papa Calixto III y Papa Alejandro VI. Toda esa información estaba contenida en libros por entonces prohibidos, pero que circulaban en Francia, gracias al período de ilustración alentado por Napoleón Bonaparte, que no sólo encendió la luz del conocimiento, sino que favoreció el surgimiento de movimientos independentistas en América, cuando expandió su política antimonárquica en Europa.
La lectura y la crítica observación de la realidad habían madurado en Bolívar una personalidad revolucionaria en contra del imperialismo monárquico; un sentimiento de justicia por vengar el genocidio cometido contra sus hermanos; y una actitud crítica al adoctrinamiento católico impuesto desde el Vaticano.
Fue inevitable la sitita del joven Bolívar a Roma. Allí, el embajador español lo acompañó al vaticano para presentarlo al Papa Pio VII: el gran inquisidor con sus Tribunales que castigaba las ideas modernistas; el protector de los jesuitas que esclavizaron al Nuevo Mundo a través de la Compañía de Jesús; el rector de la educación sesgada que se impartía en América; el gran instigador que excomulgaba las ideas revolucionarias; pero además, el sumiso Pontífice que sucumbió ante la arrogancia de Napoleón, cuando en la Catedral francesa de Notre Dame, el 18 de mayo de 1804, el Gran Corso le arrancó la corona de su mano pontificia, y en un claro gesto de prepotencia hacia el Papa, la iglesia y todo lo que representa el Vaticano y el catolicismo, Bonaparte se coronó frente a la multitud congregada.
Portador de una innata curiosidad y capacidad reflexiva Bolívar queda perplejo ante la fastuosa arquitectura que se le presentaba ante sus ojos: Un conjunto arquitectónico encerrado en una gran muralla custodiada por un ejército pontificio de vestimenta multicolor. El Vaticano era lo más moderno, lo más fabuloso, lo más atesorado en arte y riquezas de Europa. Nada podía competir en grandiosidad y riquezas. El Vaticano era entonces  y es aún el corazón económico y religioso del catolicismo y era además el Centro Financiero del Comercio del Nuevo Mundo, a través de la Compañía de Jesús creada por Ignacio de Loyola en 1534.
Luego de una larga espera, la comitiva es recibida por el Papa Pio VII. De lo ocurrido en ese recinto pontificio se han escrito varias versiones. Una de ellas, la del Padre Pedro Leturia, dice así:
“El Embajador, cuya Carrera Diplomática estaba comenzando, recibió de los Palacios, amigos de él en Madrid y parientes de Bolívar, una recomendación para que este joven, viudo, huérfano y tan golpeado por la vida, tuviera la oportunidad de ver al Santo Padre y recibir su bendición. El Embajador lo llevó a la Audiencia con el Romano Pontífice y según el protocolo, cuando el Santo Padre recibe a alguien en su Biblioteca como en esta oportunidad, se hace una reverencia al entrar, otra a mitad del salón, y otra junto al Santo Padre; en adelante el Papa es quien dispone de la entrevista; invita a sentarse, permanecer de pie, a pasear, etc… Lo cierto es que el Embajador Vargas Laguna, al llegar junto al Santo Padre, se arrodilló, le besó la sandalia y quiso que el joven que le acompañaba hiciera lo mismo, pero él se resistió; entonces Vargas agarró a Bolívar por el cuello y quiso obligarlo, el Papa se dio cuenta y regañó en italiano a Vargas Laguna, diciéndole: deje al joven americano en paz. La audiencia continuó sin mayor inconveniente y, al salir el Embajador, le preguntó al joven Bolívar: ¿Cómo es posible que usted me dejara en ridículo ante el Santo Padre? Bolívar le contestó: Señor Embajador, yo me ceñí al protocolo y yo no le adulo a nadie, así sea el mismo Pontífice… Muy poco debe estimar el Papa… replicó Bolívar… el signo de la religión cristiana, cuando lo lleva en sus sandalias, mientras los más orgullosos soberanos de la cristiandad lo colocan sobre sus coronas”
Francisco O´Leary, edecán del Libertador, también contó aquel episodio que por instante conmovió a la Curia Pontificia: “Simón Bolívar se negó arrodillarse ante el Papa y besar sus pies, como hacían todos los visitantes ante el Sumo Pontífice, hecho que molestó al séquito religioso acostumbrado a la reverencia católica”.
Este suceso inesperado para la Corte de cardenales, fue más tarde referido por el propio Papa Pio VII, cuando empezó a preocuparse por la suerte de su iglesia en las nacientes repúblicas americanas: “¡Simón Bolívar, Libertador…! ah ya recuerdo… ese fue el joven que se negó a besar la cruz de la sandalia papal, pretextando que correspondía a la cruz lugar más elevado”
Lo esencial de este pasaje histórico no tiene que ver con la irreverencia de la fe católica, como algunos quisieran entender, sino con ese cuestionamiento constante que hace la humanidad a esas jerarquías insensibles que se instalan en la abundancia y que no se sienten comprometidas con el destino de aquellos que están abajo.
Se dice que quien verdaderamente derribó el muro de Berlín fue el Papa Juan Pablo II, y que para ello no necesitó disparar ni un solo tiro pero sí abrir las bóvedas del Banco de Dios para inyectar generosos recursos en los países socialistas que luego entregaron sus riquezas al capital transnacional. Colonialismo de distinto matiz, cierto, pero colonialismo al fin y los pobres siguen esperando la gracia.

¿Cómo sería hoy un encuentro de Bolívar con el Papa Francisco?

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