martes, 15 de marzo de 2011

Suicidio global


Según un informe elaborado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada 40 segundos alguien se suicida en el mundo. Con esta cifra, como con las otras masivas que tienen que ver con las víctimas de la guerra, el hambre, la morbilidad, etcétera; los seres humanos no nos sobrecogemos. Por naturaleza somos más sensibles al dato particularizado, puntual, al drama personal. En la catástrofe japonesa –por ejemplo- nos golpea más el drama individual o familiar que visualizamos antes que las cifras globales dantescas que se difunden. Tal vez sea por ello los medios de comunicación abundan en hechos de violencia, en dramas personales, que capturan nuestra atención,  nos impresionan y nos atan a ellos y a su mensaje cultural.
Puestas así las cosas, y volviendo al suicidio global, digamos que así como las personas deciden quitarse la vida, también las naciones lo hacen. En todo caso, bajo una u otra modalidad la vida se está jugando su destino blandiendo diversos instrumentos de muerte, uno de los cuales es el haber sembrado en el planeta centenares de plantas nucleares  que, pese a la autosuficiencia que insufla la ciencia y la tecnología, probadamente no tienen garantía contra la fuerza de los elementos.
Ojalá el drama que vive ahora el Japón, nos haga recuperar la cordura y evite que apresuremos la autoeliminación de la raza humana, comprometiéndonos hoy con la demanda de desactivación de uno de los instrumentos de muerte que el capitalismo ha puesto en manos de la humanidad: la energía nuclear. Dicho sea de paso, más adelante,  tendrá que aforar el debate sobre los arsenales nucleares, cuya magnitud lesiva a la vida es inconmensurablemente mayor.

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