Ya va para treinta años que un condiscípulo me contó en la universidad este extraño suceso. Habíalo oído de labios de un anciano sacerdote canadiense, el cual, a su vez, le aseguró que había corrido de boca en boca, muchos años antes de alcanzar los honores de la imprenta. Ni mi condiscípulo ni yo pudimos averiguar quién fue el primero que lo puso en letras de molde. Cleveland Moffett, Isabel Jordan y otros autores han escrito distintas variaciones de la curiosa historia, todas por cierto, inspiradas en la relación oral de la misma. Acaso haya entre los lectores alguno que conozca la fuente primera del insólito episodio. Es el caso, pues, que Juan Thane, joven norteamericano de brillantes aptitudes comerciales, hizo un viaje de negocios a Francia enviado por la casa en que trabajaba. No había salido nunca de los Estados Unidos, y no sabía media palabra de francés. Llegó a París por la tarde, alquiló una habitación en un hotel y se dirigió a un café al aire libre, en uno de cuyos veladores se sentó. En una mesa próxima estaba una joven francesa muy bonita, que empezó a dirigirle seductoras sonrisas. Aunque la linda desconocida menudeaba las sonrisas con provocativa insistencia, nuestro prudente norteamericano optó por hacerse el desentendido. Al cabo de unos minutos, la burlada Circe sacó del bolso una hojita de papel azul, garrapateó algo en ella, y la dejó caer al suelo. Levantóse enseguida, lanzó una última y significativa mirada al impasible yanqui y se escurrió rápidamente entre el gentío que llenaba el bulevar a esa hora. Picado por la curiosidad y tardíamente arrepentido de no haber entablado relaciones con tal encantadora criatura, Thane recogió el papel. La mano de la insinuante beldad había trazado en él unas cuantas palabras francesas. Pensando que pudiera contener algo de interés, le rogó al camarero que se las tradujese. Leerlas, abrir desmesuradamente los ojos con expresión de espanto y ordenar a Thane, con destemplados ademanes que se largara enseguida del café, fue todo uno. De vuelta al hotel, contóle al administrador el extraño suceso, y le enseñó el papel en cuestión. El administrador clavó en el joven una mirada fulgurante de aversión y encono y, negándose a dar explicaciones de ningún género, lo puso de patitas en la calle. Lleno de temor y de confusión, guardóse Thane la fatídica hojita en el bolsillo más recóndito y seguro, jurando no enseñársela a alma viviente en aquella ciudad singular. Apenas puso el pie en tierra americana, le refirió al jefe de su firma, un amable francés que había sido íntimo amigo de su padre y lo era suyo también muy cordial, lo que le había sucedido en París. Aseguróle el jefe que debía de tratarse de alguna broma por demás enojosa, y se brindó gentilmente a descifrar el enigma. Mas tan pronto como le echó la vista encima al dichoso papelito azul, púsose rojo como la grana, tembláronle los labios de violenta indignación, y arrojándole la hoja a la cara al petrificado Thane, le ordenó con voz convulsa que se marchara al punto de su presencia y que se diera por despedido para siempre. Consternado, y cesante por añadidura, salió el pobre Thane a la calle. No sólo habíale robado la maldita esquelita la paz del alma, sino hasta lo había dejado sin empleo. Se le ocurrió, por fin, una idea. Su antigua niñera que lo quería mucho, era francesa. A su casa se dirigió, pues, el atribulado joven. Contóle ce por be cuanto le había sucedido por culpa del malhadado papelucho. Juró ella solemnemente traducir con fidelidad las misteriosas palabras. Antes de sentarse, sacó Thane una pistola y poniéndola sobre la mesa dijo: "Dame la traducción exacta, literal... o no saldré de aquí con vida". Hizo ella un gesto afirmativo con la cabeza y tendió la mano para coger el papel. Thane metió la suya en el bolsillo donde tenía la costumbre de guardar la hojita... no estaba allí... metió la mano en otro... tampoco. Urgó, registró, se vació, anhelante, todas las faltriqueras... nada: El papel había desaparecido. Thane no volvió a verlo más. El origen de este escrito data de la década de los años 40´s del siglo pasado y dado que su autoría es una nebulosa en el tiempo, le pertenece a toda la humanidad. |
jueves, 2 de septiembre de 2010
EL MISTERIO DEL PAPELITO AZUL
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A mí me lo contó, y a mis compañeros de primer curso si no estoy mal, hace 70 años, un maestro muy querido. Yo use la anécdota para un corto relato que se publicó en la Revista mexicana El Cuento, con el nombre de El Concierto.
ResponderEliminarQuien los escribió
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