jueves, 2 de septiembre de 2010

EL MISTERIO DEL PAPELITO AZUL



Ya va para treinta años que un condiscípulo me contó en la 
universidad este extraño suceso. Habíalo oído de labios de un 
anciano sacerdote canadiense, el cual, a su vez, le aseguró que 
había corrido de boca en boca, muchos años antes de alcanzar los 
honores de la imprenta. Ni mi condiscípulo ni yo pudimos 
averiguar quién fue el primero que lo puso en letras de molde. 
Cleveland Moffett, Isabel Jordan y otros autores han escrito 
distintas variaciones de la curiosa historia, todas por cierto, 
inspiradas en la relación oral de la misma. Acaso haya entre los 
lectores alguno que conozca la fuente primera del insólito 
episodio. 
Es el caso, pues, que Juan Thane, joven norteamericano de 
brillantes aptitudes comerciales, hizo un viaje de negocios a 
Francia enviado por la casa en que trabajaba. No había salido 
nunca de los Estados Unidos, y no sabía media palabra de francés. 
Llegó a París por la tarde, alquiló una habitación en un hotel 
y se dirigió a un café al aire libre, en uno de cuyos veladores 
se sentó. En una mesa próxima estaba una joven francesa muy 
bonita, que empezó a dirigirle seductoras sonrisas. Aunque la 
linda desconocida menudeaba las sonrisas con provocativa 
insistencia, nuestro prudente norteamericano optó por hacerse el 
desentendido. Al cabo de unos minutos, la burlada Circe sacó del 
bolso una hojita de papel azul, garrapateó algo en ella, y la 
dejó caer al suelo. Levantóse enseguida, lanzó una última y 
significativa mirada al impasible yanqui y se escurrió 
rápidamente entre el gentío que llenaba el bulevar a esa hora. 
Picado por la curiosidad y tardíamente arrepentido de no haber 
entablado relaciones con tal encantadora criatura, Thane recogió 
el papel. La mano de la insinuante beldad había trazado en él 
unas cuantas palabras francesas. Pensando que pudiera contener 
algo de interés, le rogó al camarero que se las tradujese. 
Leerlas, abrir desmesuradamente los ojos con expresión de espanto 
y ordenar a Thane, con destemplados ademanes que se largara 
enseguida del café, fue todo uno. 
De vuelta al hotel, contóle al administrador el extraño suceso, 
y le enseñó el papel en cuestión. El administrador clavó en el 
joven una mirada fulgurante de aversión y encono y, negándose a 
dar explicaciones de ningún género, lo puso de patitas en la 
calle. 
Lleno de temor y de confusión, guardóse Thane la fatídica 
hojita en el bolsillo más recóndito y seguro, jurando no 
enseñársela a alma viviente en aquella ciudad singular. 
Apenas puso el pie en tierra americana, le refirió al jefe de 
su firma, un amable francés que había sido íntimo amigo de su 
padre y lo era suyo también muy cordial, lo que le había sucedido 
en París. Aseguróle el jefe que debía de tratarse de alguna broma 
por demás enojosa, y se brindó gentilmente a descifrar el enigma. 
Mas tan pronto como le echó la vista encima al dichoso papelito 
azul, púsose rojo como la grana, tembláronle los labios de 
violenta indignación, y arrojándole la hoja a la cara al 
petrificado Thane, le ordenó con voz convulsa que se marchara al 
punto de su presencia y que se diera por despedido para siempre. 
Consternado, y cesante por añadidura, salió el pobre Thane a 
la calle. No sólo habíale robado la maldita esquelita la paz del 
alma, sino hasta lo había dejado sin empleo. 
Se le ocurrió, por fin, una idea. Su antigua niñera que lo 
quería mucho, era francesa. A su casa se dirigió, pues, el 
atribulado joven. Contóle ce por be cuanto le había sucedido por 
culpa del malhadado papelucho. Juró ella solemnemente traducir 
con fidelidad las misteriosas palabras. Antes de sentarse, sacó 
Thane una pistola y poniéndola sobre la mesa dijo: "Dame la 
traducción exacta, literal... o no saldré de aquí con vida". Hizo 
ella un gesto afirmativo con la cabeza y tendió la mano para 
coger el papel. 
Thane metió la suya en el bolsillo donde tenía la costumbre de 
guardar la hojita... no estaba allí... metió la mano en otro... 
tampoco. Urgó, registró, se vació, anhelante, todas las 
faltriqueras... nada: El papel había desaparecido. Thane no 
volvió a verlo más.


El origen de este escrito data de la década de los años 40´s del siglo pasado  y dado que su autoría es una nebulosa en el tiempo, le pertenece a toda la humanidad.

2 comentarios:

  1. A mí me lo contó, y a mis compañeros de primer curso si no estoy mal, hace 70 años, un maestro muy querido. Yo use la anécdota para un corto relato que se publicó en la Revista mexicana El Cuento, con el nombre de El Concierto.

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