viernes, 3 de septiembre de 2010

GEOTERAPIA Y HORNEROS


“Si la tierra puede crear cuanto comemos y, a la vez, lo que bebemos, no es difícil comprender la importancia que la tierra contiene, no sólo para nuestra vida normal, sino que, a la vez, para nuestra anormalidad patológica.” Dr. José Castro. Naturalista.

El naturismo es una doctrina que permite curar el cuerpo por medios naturales. Es decir, que se sirve de la Naturaleza como agente de curación. Entre los agentes naturales que actúan como poderosos estímulos capaces de producir reacciones curativas, son bien conocidos el agua, el sol, el aire, etc., pero la arcilla permanece ignorada incluso para muchos adeptos al Naturismo.
Desde la remota antigüedad, encontramos pueblos que conocían las grandes propiedades de la arcilla, la tierra y el barro, y la empleaban como remedio. Plinio el Viejo hablaba ya en su Historia Natural, de las propiedades medicinales de una tierra blanca que se recogía en las colinas vecinas de Nápoles y Galeno, entre otros, hacen alusión a sus virtudes curativas. En esa misma época –refieren sus estudiosos- cuando moría un familiar de enfermedad contagiosa, toda la loza que se había usado para el enfermo se enterraba unos días bajo tierra y se tenía la seguridad que quedaba totalmente desinfectada.
A finales del siglo XIX, el uso de la arcilla, como terapéutica, fue de nuevo preconizado, por los naturópatas alemanes, particularmente el pastor Felke, Luis Kuhne, el abate Kneipp, Adolfo Just y Juan Baur, llamado también Padre Tadeo.
En la actualidad, la medicina convencional la emplea frecuentemente, bajo formas y nombres diversos (silicato de alúmina, caolín coloidal, etc.) En varios países europeos, es utilizada para el tratamiento de diversas enfermedades y más particularmente, de la tuberculosis. Se sabe que en Devos, un importante centro suizo de tratamiento de las infecciones pulmonares, se recurría a la arcilla, en los casos graves.
Varios investigadores, en fin, prosiguen actualmente en sus trabajos sobre posibilidades curativas de la arcilla, en diversas patologías y en materia de cáncer, lo que es tal vez la más reconfortante de sus aplicaciones, sobre la asombrosa defensa que ella constituye contra el azote número uno de nuestra época.
Mucho se ha escrito y testimoniado sobre el poder curativo de la arcilla, pero lo que conviene tener en cuenta es su gran poder desinfectante y antibiótico,  más de que la Geoterapia no se reduce a la arcilla, sino que comprende toda forma de tierra. El poder curativo de la tierra está bien comprobado.
Es muy notable el poder de absorción de la arcilla: cinco gramos de buena arcilla bastan para decolorar 10 centímetros cúbicos de una solución de azul de metileno, al 1% de agua. En laboratorio, un ratón, al que se da una pequeña porción de estricnina, muere en pocos minutos. El mismo, si se añade, a la dosis de estricnina, un poco de arcilla, soporta el veneno sin inconveniente.
Muchos podemos dar fe de que cubrirse de arena en la playa produce un bienestar general y nos dota de vitalidad.
El valor terapéutico del lodo supera el de la arcilla o tierra y son tantas sus aplicaciones que ya la medicina convencional, que tan ferozmente se opuso a tantos tratamientos naturales, se inclina ante estas verdades regeneradoras, y empieza a reconocer a la arcilla como elemento de un extraordinario poder de  absorción del mal, cuya radiactividad naturalmente equilibrada, presenta un poder real de transmisión de fuerza y vitalidad del organismo enfermo. Un ejemplo incuestionable y muy difundido recientemente es la aplicación de lodo con fines de restauración del cutis, tan popular en las damas.
Concluyamos entonces que la tierra es el milagroso laboratorio de la vida; ella jamás es agente de muerte,  pues está destinada a recibir en su seno cuanto se destruye y muere para transformarlo en nuevos elementos de vida orgánica.
Pero lo que me induce a escribir sobre la Geoterapia no es referir lo ya conocido, sino asociar  a ella dos informaciones, de primera mano, que me parecen muy interesantes. Una de ellas tiene que ver con la terapia recomendada a un amigo que sufriera un accidente vascular cerebral, y que consiste en caminar descalzo en el lecho áspero del rio para estimular centros nerviosos afectados. Esto tiene mucho sentido y se han notado importantes progresos. La otra –por fin justificamos el título de nuestra nota- tiene que ver con mi casual encuentro con un vendedor de nidos de  horneros. Me llamó mucho la atención ver un conjunto de ellos en la calle y no quise quedarme con la duda, por lo que confirmé que estas construcciones hechas de barro por estas aves y con una extraordinaria capacidad de diseño (conocemos nidos sencillos, dobles, de dos, tres y más plantas y en formas muy originales),  son utilizadas para curar la parálisis facial. La terapia recomienda calentar el nido al máximo y vaciarle alcohol encima para que la persona, afectada por esta dolencia, reciba estos vapores en el rostro en varias sesiones. Muchas personas aseguran que quienes reciben esta terapia con el barro del nido de los horneros, muestran una casi completa rehabilitación de los músculos del rostro, en relación a quienes no se someten al mismo. No es mi interés afirmar que esta terapia funcione, pero sí aguijonear la curiosidad de geoterapeutas, médicos convencionales y estudiantes del tema. Por lo menos, no he encontrado en ninguna fuente bibliográfica de geoterapia, referencia alguna a estas dos aplicaciones terapeúticas.
Como quiera que existe una no escasa demanda de nidos de horneros y se paga por cada uno de ellos el equivalente de 3 a 5 dólares, es de desear que con esto no se induzca a despojar de sus viviendas a estas aves, por lo menos mientras estén vivas, lo cual también -seguramente- aguijoneará a las personas dedicadas  a la defensa de los animales.

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