viernes, 24 de septiembre de 2010

Las leyes no se dictan, se cultivan



El título alude a ese afán desmedido de atribuirle a las leyes una capacidad extraordinaria para cambiar la realidad. No nos queda ninguna duda del buen propósito y  la pretensión de las normas jurídicas para regular la vida de los hombres en sociedad, pero no es únicamente con las leyes que ocurrirá el milagro de un Estado y una sociedad nuevos.
En el mismo rumbo, por ahí escuché un chiste que casi me arranca lágrimas: “En Bolivia sólo hace falta una ley –alegaba con sorna un conocido-: una ley que diga que todas las demás deben cumplirse”. Y es que a nadie le importa que con esa excesiva producción legislativa, que no posee el respaldo de instituciones maduras que hagan posible el cumplimiento de sus prescripciones, se esté alentando una pedagogía del incumplimiento de estas reglas jurídicas, con un resultado aún más grave que el que se aspira evitar.
La sabiduría popular refuerza nuestra inquietud cuando grita a voz en cuello: “Más vale una ley que no existe, a una que existiendo no se cumple”, pero nuestros oídos están tapados cuando nos empeñamos en inventar la pólvora nuevamente. Claro que la construcción del nuevo Estado requiere de una nueva y sólida base legal, pero también –paralelamente- requiere que se dote a las instituciones encargadas de su cumplimiento, de los mejores hombres y mujeres y  de los más hábiles voltereteros políticos.   
Siempre es mejor la austeridad legislativa, y más conveniente una vida pública sujeta a severos principios, para que no se diga de nuestros legisladores que la mitad de su tiempo la dedican a dictar leyes y la otra mitad a ayudar a sus allegados a incumplirlas. Como dijera Benjamín Franklin: “La que mejor predica es la hormiga, y ella no dice nada”.
Decía H.C. F. Mansilla que los verdaderos cambios sociales son los cambios culturales, pero también son los que más tiempo demandan. Detengámonos antes del paso de cebra cuando el semáforo nos da luz roja, cumplamos nuestro horario de trabajo, cuidemos del bien público como el propio, dejemos de afectar el derecho del otro  y habremos hecho un mejor trabajo que el de todos los legisladores que a su turno “salvaron” a Bolivia y de los que aún hacen turno.

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