martes, 1 de junio de 2010

LA JUSTICIA, VIRTUD DE LOS REYES


La debilidad de los magistrados, y su incapacidad para responder a la demanda de justicia -cuando nó-, ha merecido la atención de los hombres. Un ilustrativo ejemplo de ello encontramos en el "Decamerón", colección de cuentos o novelas cortas de Boccacio (1313-1375). De este humanista adelantado y poeta francés (1313-1375) reproducimos el texto que sigue:

Durante el reinado del primer soberano de Chipre, instalado en aquella isla después que Godofredo de Bouillon conquistara la Tierra Santa, una dama de Gascuña fue por devoción a Jerusalem, a visitar el Santo Sepulcro. Al regresar pasó por Chipre, donde ciertos truhanes la insultaron y ultrajaron indignamente.

Quejóse al magistrado, y no habiendo obtenido ningún género de satisfacción, resolvió llevar su queja al mismo rey. No faltó quien le dijera que perdería su tiempo y los pasos que diese, pues el príncipe era tan indolente e inspiraba tan poco temor a sus vasallos, que no sólo no castigaba los insultos hechos a los demás, sino que sufría con la mayor calma los que le hacían a su persona; hasta el punto que, si alguno estaba descontento de él, podía impunemente expresar cuanto sentía a su presencia del modo más irrespetuoso y desmesurado.

Al saber esto la dama, desesperando de obtener venganza ni la menor satisfacción del ultraje que había sufrido, se propuso siquiera escarnecer la indolencia y cobardía del rey. Presentóse ante él, bañada en llanto: "No vengo, sire, dice, con la esperanza de ser vengada de los insultos que he recibido por parte de algunos de vuestros vasallos; sólo me presento para suplicar a Vuestra Majestad que me enseñe cómo se arregla para soportar las afrentas e injurias que recibe todos los días, según se me ha asegurado. Tal vez a ejemplo vuestro, sire, podré sufrir resignada el ultraje de que he sido víctima, del cual os haría presente con mucho gusto, si fuese posible, ya que tenéis tal dosis de paciencia".

El monarca que insensible se había mostrado a todo hasta entonces, no lo fue a estas palabras, y como si despertase de un profundo letargo, se armó de vigor, castigó con severidad a los que habían ofendido a la dama, y desde entonces no dejó impune ningún atentado perpetrado en desdoro de su corona.

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