sábado, 12 de junio de 2010

RECHAZO DE LA INDUSTRIALIZACIÓN DE LA NATURALEZA.

De las aproximadamente 250.000 a 300.000 plantas que se encuentran clasificadas en todo el planeta, solo entre 10.000 a 50.000 son comestibles para los seres humanos. Pero en la práctica no se consumen más de 150 a 200 variedades. Nueve de ellas (arroz, trigo, maíz, sorgo, mijo, papa, camote, caña de azúcar y soya) reúnen más del 75 por ciento de las calorías y proteínas vegetales necesarias para una adecuada nutrición, y solamente tres (arroz, maíz y trigo) más del 60 por ciento. Esta concentración es peligrosa porque la desaparición de una sola de estas especies amenazaría toda la alimentación vegetal. La FAO estimó hace ya bastante tiempo que el 75 por ciento de la diversidad genética en materia de plantas cultivadas y consumidas se fue perdiendo desde comienzos del siglo pasado.
En la actualidad la manipulación genética ha agregado otro factor de riesgo, también para las especies vegetales (no olvidar la contaminación de cultivos transgénicos a especies no modificadas, el desplazamiento de la frontera agrícola y del mercado de especies naturales por las manipuladas genéticamente, etc.) y aún así hay quienes consideran que liberar a Bolivia, en los próximos cinco años, de los cultivos genéticamente modificados es una decisión equivocada.
Cierta prensa afirma que le preocupa que nuestro país ahora de la espalda a “uno de los mayores logros de la ingeniería genética y la biotecnología y  que bien vale la pena que el asunto reciba la atención que merece antes de que sea demasiado tarde”. Pide un mayor debate quien en el pasado no lo propició. Bolivia posee una reglamentación,  que supuestamente regulaba y fiscalizaba el ingreso y la liberación de variedades genéticamente modificadas, que data de 1997 y que ha autorizado variedades genéticamente modificadas de  soya y papa principalmente y al año 2008, conservadoramente, se afirmaba que más de 50 transgénicos (no etiquetados) estaban ya en la mesa de los bolivianos. Tomando en cuenta la debilidad institucional de los organismos de control del comercio exterior bolivianos nosotros podemos considerar que esa cifra se ha multiplicado considerablemente.
Los propugnadores de los transgénicos en Bolivia, olvidan la situación de rezago científico boliviano, que pone al país muy lejos de competir con las grandes transnacionales del área y que lo hace dependiente absoluto y  sólo expresa los menudos intereses empresariales de quienes, con cultivos intensivos insostenibles, van camino de convertir a las tierras de Santa Cruz –especialmente- el arenales estériles.
Hoy recién el Estado Boliviano va camino de enfrentar con dignidad la globalización, de conciliar las necesidades de desarrollo con el medio ambiente y de rechazar los alimentos “Frankenstein”  que aparejan riesgos para el medio ambiente y la salud humana; pues el Artículo 255 de la nueva Constitución Política del Estado, de manera vanguardista,  define una posición clara para que la negociación, suscripción y ratificación de tratados internacionales se ajuste, entre otros, al principio de seguridad y soberanía alimentaria para toda la población y la prohibición de importación, producción y comercialización de organismos genéticamente modificados y elementos tóxicos que dañen la salud y el medio ambiente.

Dado el tamaño de nuestra economía, es más benéfico para la naturaleza y para nuestra economía, cambiar la matriz productiva boliviana hacia la producción orgánica con sostenibilidad, libre de organismos genéticamente modificados y de agroquímicos, que someternos a los dictados de la especulación de quienes dicen luchar contra el hambre de la humanidad y esterilizan frutos para tener el monopolio sobre las semillas y embarcarnos en una corriente agotadora de la madre tierra. Los productos orgánicos son y seguirán siendo artículos de lujo, con buenos precios, por lo que además de  hacer lo correcto estaremos haciendo buenos negocios para la población boliviana.
Finalmente, vista, nuestra excepcional riqueza en biodiversidad, es urgente ampliar nuestra producción y consumo con vegetales alimenticios no tradicionales, que eviten la degradación de la tierra y nos proporcionen mayor seguridad y soberanía alimentarias.

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